Cuestionario Cedall. David Antona

MI COLABORACIÓN EN LA REVISTA LIBERTARIA “PRESENCIA”

Corrían los años 60…

Evocar el papel que jugó esta revista en aquellos años, nos llevará – al menos en lo que a mí se refiere - a evocar, más que el contenido de los artículos que escribí o la línea editorial y programática que fue adoptando “Presencia” hasta su desaparición, una serie de vivencias personales relacionadas con ella.

Esta evocación pondrá de relieve la importancia de aquella iniciativa, que agrupó a unos jóvenes inconformes deseosos de romper moldes, de buscar nuevas formas de acción y de pensamiento, en ruptura con un exilio que en aquel momento vivía ensimismado, de espaldas a los cambios que se estaban produciendo en nuestro país.

Como se gestó “Presencia”

¿Cuáles fueron las causas que nos empujaron a tomar esta iniciativa? ¿Cómo cada uno de nosotros, unidos estrechamente mientras la revista nos sirvió de aglutinante, respondimos al deseo de plasmar nuestras inquietudes en acciones capaces de influir en los acontecimientos que se desarrollaban en España? Una rápida vuelta hacia atrás nos permitirá recordar como concebimos, inicialmente, la revista : como un polo de reflexión destinado a unir las opiniones más o menos “heterodoxas” que se empezaban a manifestar dentro del movimiento libertario.

La revista, trimestral, se publicó en Francia en noviembre de 1965 hasta enero de 1968. Desde el primer momento “Presencia” hizo sentir una voz distinta, abierta a otras ideologías, en particular al marxismo, y se mostró abierta a los cambios que se estaban produciendo en la península. En ella se plasmaron, en aquel momento, muchas de nuestras inquietudes personales y también nuestras divergencias con el movimiento al que pertenecíamos, tanto en el terreno doctrinal como en el orgánico y, sobre todo, en el de la acción. Pienso, a modo de ejemplo, en lo que supuso para muchos de nosotros, ciertamente asimilado de forma parcial y desordenada, el descubrimiento del marxismo.

Dos tendencias en el grupo de “Presencia”

Si proyectamos de nuevo nuestra lupa sobre aquel grupo de jóvenes anticonformistas, ávidos de escapar a la tutela de sus mayores y también, de alguna forma, al peso de su historia personal, observaremos que, pese a nuestras coincidencias y deseo común de romper con la esclerosis doctrinal y el inmovilismo de la CNT, no tardaron en dibujarse entre nosotros dos líneas de acción dispares.

La primera insistía en la necesidad de llevar a cabo acciones de carácter directo contra el régimen franquista, destinadas a obtener la máxima resonancia y atención de los medios de comunicación, especialmente en el extranjero. Con el objetivo de poner al descubierto y atraer la atención sobre el carácter intrínsecamente fascista y represivo del régimen (pese a sus últimos retoques de fachada). Entre otros: la falta total de libertad de expresión; la represión contra cualquier opinión o voz discordante; y, por último, la existencia de una población de presos políticos repartida por los centros penitenciarios del país. Dentro de esta línea, un grupo de compañeros, agrupados en nuevas siglas, llevaron a cabo una serie de acciones. Entre ellas: el atentado fallido contra Franco, el rapto en Roma de Monseñor Ussía, etc.

La segunda tendencia que se dibujó dentro del grupo no alcanzó, a nivel mediático, la resonancia de estas acciones que, al margen de su coste humano, tuvieron el mérito de poner al descubierto la cara más sangrienta y represiva del régimen franquista. Su objetivo principal era el de empezar a disponer de una información fidedigna de lo que estaba sucediendo en el Interior. La persona a la que nos dirigimos quienes nos encuadrábamos dentro de esta tendencia, fue José Peirats. Peirats era un hombre de modesta y profunda personalidad. Autodidacta nato y gran conocedor de la historia de nuestro movimiento obrero, tenía tras él una larga trayectoria de luchador social desarrollada dentro de la CNT: antes de la guerra, durante la guerra y después de ella. Era autor, por otra parte, de un libro, “La CNT en la Revolución española”, de un reconocido prestigio, dentro y fuera de nuestros medios. Por las relaciones que mantenía personalmente con gente del Interior, era uno de los mejores conocedores de los cambios que se estaban produciendo en España. Se señalaba también por sus críticas hacia los “históricos” del exilio. Él nos permitió conectar con los jóvenes líderes obreros que protagonizaron, entre otros muchos, uno de los conflictos más sonados de esa época. Nos referimos a la huelga de Laminación de Bandas, de Basauri (Vizcaya), que duró 168 días y desencadenó un movimiento de solidaridad en todo el país.

Fue gracias a Peirats que pudimos entrar en contacto con esa nueva hornada de sindicalistas que procedían por aquel entonces de organizaciones cristianas (la JOC, la HOAC y Vanguardia Obrera). Como tal, relativamente toleradas por el régimen, al menos mientras siguieron controlados por la Iglesia. Estos jóvenes deseaban tomar contacto con el exilio y con militantes como él: abiertos, dispuestos a ofrecerles las claves que les permitieran insertar su acción continuando con la tradición de lucha obrera que la CNT había protagonizado.

Primeros contactos con el Interior

Nuestra relación con estos militantes se hizo cada vez más estrecha. Dado el rápido crecimiento de la organización sindical que habían creado (Acción Sindical de Trabajadores, A.S.T.), se plantearon pronto la decisión de ingresar en las Comisiones Obreras, pese a la presencia dominante en ellas del Partido Comunista. La represión hacia sus militantes se fue endureciendo, a medida que las Comisiones se desarrollaban y se iban implantando en las principales fábricas y núcleos industriales del país.

Estas informaciones y contactos con los jóvenes militantes de la A.S.T. quedaron circunscritas, en el exilio, pese a la oportunidad que ofrecían de conectar de forma directa con los acontecimientos que se producían en España, con un círculo estrecho: el del equipo de la revista “Presencia”, con José Peirats y con algún que otro compañero simpatizante de nuestro grupo. La CNT, como organización, hizo oídos sordos a nuestras iniciativas, no les dio ninguna importancia y prefirió seguir moviéndose en las brumas y la evocación de su pasado glorioso. Tampoco brindó ninguna ayuda para responder a la demanda de estos jóvenes, deseosos entre otras cosas de procurarse, para difundirlos en España, de obras sobre temas sociales o textos de los clásicos del pensamiento revolucionario.

 

Sin embargo a mí, personalmente, me brindó una oportunidad para desarrollar una actividad útil, de apoyo a su organización. Salvando las prohibiciones y controles de la censura, y coincidiendo por otra parte con la llegada al frente del Ministerio de Educación y Descanso de Manuel Fraga Iribarne, la A.S.T. tomó la iniciativa de lanzar una editorial, la Editorial Halcón, de efímera existencia, que aprovechó al máximo la oportunidad brindada por esa “apertura”. Sus publicaciones eran libros impresos en un formato de fácil manejo y de un precio reducido, por no decir muy bajo. Se difundieron - en la puerta y en el interior de las fábricas, en los lugares públicos, en centros de enseñanza - obras de Marx, de pensadores anarquistas, de testimonios sobre las Comunas chinas, etc. Antes de que la censura cortase de raíz esta iniciativa, fuimos alimentando el fondo de la editorial con textos nuevos y clásicos de los pensadores sociales, previa acuerdo de las editoriales francesas, a las que yo había solicitado para poderlos traducir y publicar en España. Este fue, entre otros, el apoyo que pude prestar y que desarrollé desde Paris, una vez integrado en la A.S.T.

La revista “Presencia” en la Dirección General de Seguridad de Madrid

La A.S.T., al calor de las luchas que se iban extendiendo por toda la península y al de su propia experiencia, había ido evolucionando hacia posiciones cada vez más políticas y más radicales. Hasta dejar de ser una organización sindical para transformarse en un partido político que tomó el nombre de O.R.T. (Organización Revolucionaria de Trabajadores). Un salto prematuro y voluntarista que correspondía a una época “ideologizada” a ultranza. Con el peligro de caer, como así sucedió, en manos de uno de los grupos que acogían las “cabezas pensantes” del movimiento político de oposición y que se hallaban en busca de la base obrera de la que ellos carecían.

La ”sinoización” de la O.R.T., que no había escapado a los debates doctrinales, por no decir teológicos, que atravesaban entonces los partidos de obediencia comunista, se produjo cuando además de proclamarse marxista-leninista, optó por endosar la túnica del presidente Mao, con el mismo entusiasmo y espíritu acrítico con el que en su momento sus jóvenes militantes habían abrazado las doctrinas “sociales” de la Iglesia. En lo que a mí respecta, estas y otras razones, me convencieron de la necesidad de despedirme de mis compañeros y de empezar a pisar otros vericuetos. Después de mi regreso a España en 1975.

Con anterioridad, y para retomar el hilo de lo que supuso para nosotros la creación de “Presencia”, evocaré lo que me sucedió en uno de los viajes que hice a Madrid hacia 1969. Entre otras cosas para dar un nuevo impulso a la editorial Halcón, que había sido intervenida en varias ocasiones y hacer un balance de nuestra actividad con el compañero que colaboraba en esta tarea y al que dirigía mis envíos. Un policía vestido de civil nos estaba esperando a los dos en el andén de la estación de Chamartín. Al salir de la estación nos condujeron a la Dirección General de Seguridad, sita en la Puerta del Sol.

Para el que ha pasado por los calabozos de este siniestro edificio, hoy remozado, que alberga la sede de la Comunidad de Madrid, resulta inútil recordarle la impresión causada por el paso y trasiego de los despachos de “arriba”, donde tenían lugar los interrogatorios, a las mazmorras medievales situadas en los “bajos” del edificio.

Más que evocar los ocho meses de cárcel a los que fui condenado por “propaganda ilegal”, puede ser útil e interesante cerrar esta crónica sobre “Presencia” y lo que representó para nosotros, con una anécdota relacionada con esta detención. Al conducirme, recién llegado de Chamartín, a uno de los despachos de “arriba”, vi a un grupo de policías, creo que era un domingo, arremolinados en torno a un transistor. Detrás de ellos, sobre una mesa desocupada, había dos o tres ejemplares de la revista “Presencia”.

Los policías que me interrogaron sobre nuestras actividades, empezaron por mostrarse dolidos porque los presentábamos en el extranjero poco menos que como unos verdugos. Curiosamente, durante el interrogatorio que siguió no hicieron la menor alusión a los ejemplares de la revista que yo acababa de ver extendidos sobre una mesa.

Con esta anécdota, cabe ahora poner punto final a esta crónica o encuesta destinada, según sus promotores, a acompañar junto a otras la reedición completa de la revista.

Gracias a los compañeros que han tomado esta iniciativa y gracias también por haberme dado la ocasión de realizar este ejercicio de memoria.

David Antona González

 

 

 

 

 

 

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