José Peirats en Frente Libertario

        

    En el otoño de 1972, subiendo de Perpiñán donde me había “clandestinamente” encontrado, en calidad de miembro del grupo editor de Frente Libertario, con un típico representante de esos nuevos (y variopintos) grupos neo-libertarios que proliferaban por la Cataluña del “tardo-franquismo”, me detuve, como solía hacerlo en semejantes viajes, en Montady para saludar a Peirats y demás integrantes de la muy estimable comunidad de “La Plaine des Astres”. Yo era entonces un chaval de 22 años, hijo de la gran familia libertaria del exilio, estudiante de historia y aprendiz de anarquista. Y así se me consideraba, como un heredero que tenía que hacer sus pruebas. Pero con cariño, eso sí, con mucho cariño.

 

      Ese día, le hablé a Peirats de mi encuentro con el ácrata de marras y, más precisamente, de mi malestar ante sus evidentes y muy teorizadas inclinaciones hacia la lucha armada, las expropiaciones y demás radicalidades del momento. “¡Si teoriza tanto, me contestó Pepet, poco tiempo le quedará para actuar! Los que conocí yo no teorizaban. Desgraciadamente.” Y la conversación, larga, siguió su rumbo, entre interrogantes míos y cultas digresiones suyas sobre lo que Peirats llamaba “el cabezazo en el muro”, o sea esa manera tan desgraciadamente anarquista de confundir violencia minoritaria y acción directa. Al terminarse el intercambio, me sacó Pepet unas cuartillas de una carpeta (roja, recuerdo) y me las dio a leer. “Mira, es la última crónica que os mandé, ayer, para Frente...” Se titulada “Hipoteca sobre el heroísmo” y se centraba, con el doble motivo del aniversario de su muerte y de la publicación en francés de una discutible hagiografía de Abel Paz, sobre la figura de Durruti un Durruti que Peirats había conocido y estimado. Ese “hombre profundamente humano, generoso y sentimental”, escribía Peirats, había acabado “prisionero de su fama” y “empujado a morir como debía”, es decir como muere un “superhombre”. Para Peirats, el “tremendismo” anarquista conllevaba “el culto al heroísmo”, y éste, como dijo Felipe Alaiz, su reconocido maestro, algo tenía que ver con la gimnasia de circo. “Sólo estrelladas sobre las pistas del circo, concluía Peirats, las vidas de Ascaso y Durruti obtuvieron digno remate a los ojos de muchos. Este mismo público les prodigaría incluso una ovación lacrimosa.”

 

            Poniendo punto final a la anécdota, precisaré que mi anarco perpiñanés, que era en realidad de Gerona, no siguió, ni mucho menos, los derroteros de Buenaventura. Entrada la Transición, se hizo ejecutivo de una empresa de venta de coches y se adhirió al PSOE de Felipe González. Tenía razón Peirats : la teoría es lo que salva.

 

 

            Entre 1970 y 1977, José Peirats (1908-1989) fue, sin duda alguna, el colaborador más asiduo y regular que tuvo Frente Libertario. Sus crónicas, de tipografía apretada, llegaban siempre con puntualidad. Hasta tal punto que, ya casi terminado el número de clausura (el 71) de Frente Libertario – que nos llevó más tiempo que de costumbre por haberle añadido dos páginas extras con un sumario de cada número –, el “metronómico” pero algo despistado Peirats nos mandó su colaboración para el siguiente. El grupo editor se las arregló, no sé cómo, para insertarla en ese número de despedida que tiene, pues, la particularidad bibliográfica, de albergar dos contribuciones del prolífico cronista: “Problemas del relanzamiento”, firmada José Peirats, y “Tecnología y humanismo”, firmada Pepet. ¡Una salida “en beauté” come se dice en Francia!

 

            De las setenta y tres – si se añade la del “n° 0” – talentosas colaboraciones mandadas a Frente Libertario por Peirats a lo largo de esos siete años, mucho se podría decir sobre las temáticas escogidas y el estilo – tan caracterizado – de su prosa. Pero lo que merece ser recalcado, a mi parecer, es esa manera tan singular que tenía Peirats de situarse, como anarquista de toda la vida, en la compleja y a veces contradictoria tradición hispana del libertarismo obrero, que conocía al dedillo.

 

            “La propaganda proselitista, puntualiza Peirats en una de sus primeras crónicas, es la literatura de peor calidad. […] Los misioneros de proselitismo no osan decir sinceramente al público las verdades que escuecen.” Ocultadas por un “oficialismo” cenetista acostumbrado a reescribir con gloria sus mediocres hazañas burocráticas, pero también por una militancia satisfecha de ser alabada por la prensa “legitimista” del exilio libertario, esas “verdades” son precisamente las que Peirats remueve, de crónica en crónica, con pluma ágil y con intención afirmada: recordar la dignificación que el anarquismo obrero de los orígenes supuso para los descamisados – “En mi hambre, mando yo” – y estudiar, sin glosas inútiles y de manera siempre crítica, su trayectoria a lo largo de la historia social de España. De ahí, su evidente admiración hacia personajes como Lorenzo, Salvochea, Mella, Prat, innegables figuras de un anarquismo abierto a la experimentación y rematadamente opuesto a todo espíritu de secta.           

 

 

            Curiosamente a Peirats se le tildó a veces, y con malas intenciones, de “ortodoxo”. A decir la verdad, esa caracterización no le molestaba demasiado cuando la acusación le venía de “heterodoxos” exageradamente adictos a las nuevas modas conceptuales “sesentayochistas” o de historiadores marxistizados de nueva extracción, pero no dejaba de extrañarle, eso sí, que se le pueda relacionar con cualquier tipo de “ortodoxia” – salvo quizá la que le hacía sentirse íntimamente ligado a la condición proletaria y, lógicamente, al anarcosindicalismo como método de emancipación. Por lo demás, en cuanto a mecánica orgánica se refiere, sus ideas eran sencillas: o sirven los “principios, tácticas y demás” o no sirven. Si sirven, se aplican; si no sirven, se cambian. Ahora bien, añadía Peirats, “los principios (ya lo dice la palabra) son un punto de partida que en nosotros está no convertir en decorativos”. Ni cerrazón ortodoxa, pues, ni inclinación particular por el revisionismo. Práctico más bien. En cuanto a las nuevas temáticas emancipadoras de la época, las miraba con curiosidad, pero sin fascinación. Cuando le parecían ser dignas de interés y renovadoras del pensamiento ácrata, como fue el caso de las que teorizó Murray Bookchin (dos largas crónicas le dedica Peirats en Frente Libertario), las valoraba – siempre de forma crítica – y terminaba por integrarlas a su ya nutridísimo vademécum anarquista íntimo. Ortodoxo tampoco lo era, ya se ha dicho, en su reprobación manifiesta y repetida de la fascinación ejercida por la violencia en algunos anarquistas de su tiempo, en su impugnación argumentada de esa forma tan particular de “redentorismo” libertario repleto de fetichismo y de misticismo. La inapetencia de Peirats por el martirologio fue reincidente, como lo fue su rechazo de todo acomodamiento ideológico – y aún más burocrático – exclusivista. Hombre de matices, Peirats era ciertamente un anarquista más inclinado a cuestionar las ideas que a repetir las falsas evidencias de une verdad autoconstruida. Así que eso de “ortodoxo” se lo dejaremos a los que, pobres de imaginación, lo dedujeron de las justificadísimas críticas de Peirats a los “militantes destacados” de la CNT-FAI que, en cuatro días, se saltaron a la torera los principios del anarcosindicalismo para adaptarlos a las circunstancias de la guerra pero sin pensar, como bien decía Peirats, que, si la guerra se  hace contra la revolución, grande es el riesgo de perder en los dos frentes. Por falta de entusiasmo. Y así sucedió.

 

            En ese tema, sin embargo, Peirats no era el rabioso que se dijo, ni mucho menos. Desconfiaba, y lo dejo escrito, de los extremismos baratos – a la Vernon Richards – o de las intransigencias sin sustancia – a la Carlos Semprún Maura. Para él, las “circunstancias” eran innegables. La fuerza de su crítica residía precisamente en esa capacidad de evaluar a rajatabla une situación complicadísima para el anarquismo. Numerosas son las crónicas, a menudo en forma de reseñas, que Peirats dedicó, en Frente Libertario, a ese acontecimiento de importancia. En ellas, al analizar la política de los aparatos de la CNT-FAI en ese periodo, no se habla, es de ser notado, de “traición”, de “capitulación” o de otras lindezas por el estilo. El autor puntualiza, detalla, estudia, desmenuza, pero no anatemiza, no se deja llevar por ninguna pasión (ortodoxa). En conversaciones privadas, Peirats no se mordía la lengua – lo puedo atestiguar –, pero, en materia periodística, sabía guardar el tono. No por miedo a la polémica (lanzó algunas cuando se justificaban), sino por sentido de la responsabilidad ética. Periodista obrero desde sus años de juventud – su primer artículo se lo publicó, en 1927, el Boletín del ladrillero, portavoz de los obreros del barro –, sabía que los escritos exigen más reflexión que demagogia barata. No solo porque quedan, sino porque lo impone ese tipo de ejercicio si no se quiere caer en la simplificación o en la caricatura. Por lo menos, así lo veía él y así lo práctico. Con espíritu batallador, pero honestamente.

 

 

            Críticas de libros, artículos historiográficos, estampas del exilio, semblanzas de militantes obreros, intervenciones sobre la contemporaneidad del anarquismo, reflexiones sobre su trayectoria histórica, meditaciones sobre principios, tácticas y finalidades, cavilaciones sobre su hipotético porvenir, las setenta y tres crónicas de Peirats en Frente Libertario constituyen indudablemente, por su eclecticismo, diversidad, estilo y sutileza, una prueba evidente de su gran talento de ensayista. Con el paso del tiempo, es un auténtico gustazo releerlas. Porque son piezas de majestad y porque intuyen, à la lettre, lo que el anarquismo hispánico de los tiempos heroicos ha producido de mejor: el obrero ilustrado que podía competir, sin el menor complejo, con la intelectualidad burguesa. A riesgo, para está, de quedar, a veces, ridiculizada por el ladrillero.

 

 

Freddy Gómez

 

Enero de 2016

 

 

 

 

 

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